3. La participación eclesial de mujeres es germen de vida nueva de la Iglesia.
Desde la exégesis del texto de Lc 8, 1-3, donde se nos indica que “Iban con Él los Doce y algunas mujeres”, no se puede negar ya que las mujeres siguieron a Jesús desde Galilea a Jerusalén; que formaron parte del grupo que seguía a Jesús: escuchaban su mensaje, aprendían de él y le seguían de cerca, lo mismo que los discípulos varones. Este grupo son seguidoras de Jesús; aparecen de manera pública con él en su misión de anunciar el Reino y son testigos inmediatos de su tarea. Jesús las siente discípulas y se relaciona con ellas como tal. Son mujeres de todo tipo y condición y están en el mismo plano y tienen los mismos derechos que los varones en el grupo de Jesús. Son mujeres sanadas o liberadas, como aquellos varones que también fueron sanados, y son llamadas por Él a seguirle.
Ese primer grupo de Jesús es el germen e inicio de nuestra Iglesia. Si eliminamos todas las interpretaciones no adecuadas o “manipuladas” que se han hecho de este texto, poniendo voz y visibilizando a las primeras mujeres y a otras en la historia de nuestra Iglesia, comprenderíamos que, como en tiempos de Jesús, la participación eclesial de mujeres hoy es germen de vida nueva en la Iglesia.
La participación de las mujeres en la Iglesia, su ser mujeres en ella, es germen de vida porque aceptan y asumen con responsabilidad y corresponsabilidad las tareas encomendadas como hacen en otros espacios; porque hacen memoria de tantas mujeres que en la historia y en la Iglesia han sido silenciadas; porque tienen palabra y voz válida y comprometida; porque están implicadas el trabajo en red dentro de la comunidad creyente y están presentes también en otros colectivos de mujeres o en el diálogo interreligioso enriqueciendo a la comunidad creyente; porque tienen gestos que denuncian que, aunque como Iglesia reconozcamos la igualdad entre varones y mujeres, en la práctica hay subordinación e inferioridad.
Es fundamental el trabajo de algunas teólogas (y también algunos teólogos) que “escuchan los silencios” y desvelan la presencia escondida de las mujeres en la Biblia, desenmascarando los elementos patriarcales y androcéntricos, revelando que ellas “fueron narradas o contadas” por ellos y haciendo una exégesis crítica que ilumina los textos bíblicos que se usan para defender la inferioridad de la mujer. Ellas releen el mensaje cristiano desde la situación, la óptica y la sensibilidad de su ser mujeres, para dar voz a las olvidadas durante muchos siglos y crecer en el conocimiento de la Palabra junto con los varones.
También es fundamental la participación en las comunidades cristianas de varones y mujeres, que no ahogan la personalidad y el modo de hacer de cada uno, que aceptan lo femenino como algo necesario y no como algo extraño. Ser germen de vida nueva es ser comunidades donde las mujeres se sienten valoradas y animadas a aportar desde su propia experiencia creyente. Ser comunidadesque viven en actitud de servicio hacia dentro y hacia fuera para que ningún hombre se crea más que una mujer y se vivan relaciones de igualdad y fraternidad. Ser comunidades y grupos donde realmente el centro es Jesús de Nazaret, quien nos llama, nos reúne y nos envía con nuestro nombre en su nombre.
“Iban con él los doce y algunas mujeres” y hoy también mujeres y varones a la par, caminando con Jesús, hacen visible la acción del reino en nosotros. La levadura es capaz de levantar la masa y el grano de mostaza capaz de convertirse en arbusto donde anidan los pájaros. Así, nosotras y nosotros, con nuestros pequeños gestos podemos levantar y hacer germinar una Iglesia, comunidad creyente de varones y mujeres que reflexionan y caminan juntos en igualdad y reciprocidad.
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