4. Sin las mujeres no hay futuro
«Solo el Reino es Absoluto, lo demás es relativo» (EN, 8). Estas palabras rotundas del papa Pablo VI en la EvangeliiNuntandiexpresan la centralidad que ocupa el Reino en la Iglesia y en la vida creyente. Ese lugar y espacio nuclear no es otro que la vida del Dios trinitario. En Jesús, el Cristo, en su vida, en sus palabras y en su modo de establecer relaciones hemos comprendido nuestra propia medida humana e histórica. El Reino nos habla de un tiempo en el que «Dios es soberano»(Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret,2007) de la historia que nosotros y nosotras mismas construimos.
Como sabemos, nuestra vida de fe se expresa a través de nuestra presencia en el mundo y no siempre, como mujeres, hemos visto y sentido su lado amable. Desde el inicio, las mujeres proclamaron que era “tiempo de Reino”. María de Nazaret, siguiendo a otras anteriores a ella, creyó en esta posibilidad (Lc 1,46-53). Su cuerpo fue espacio para dar vida a la Vida, a la que amantó y acompañó hasta la muerte. Ella es la imagen del discipulado para el resto. Pero el discipulado exige siempre tomar partido por el amor y exclamar que nada en esta casa común nos resulta indiferente (LS, 2).
Como María, las discípulas y discípulos de Jesús hemos experimentado que la libertad recibida, a la que se nos llama como bautizadas y bautizados, ha sido cercenada a través de la historia. En nuestros días esto alcanza unas condiciones más graves todavía, al formar parte de una cultura capitalista en la que, casi cualquier persona puede ser descartada y expulsada por el sistema. Así, el dios dinero, la explotación, el abuso, la trata y la destrucción de la madre y hermana tierra está empañando muchas veces la presencia del Dios vivo. Sin embargo, la vida de la gracia se manifiesta en el empeño de muchas mujeres que continúan buscando las causas estructurales, las mutuas conexiones de estos sistemas de explotación y que se empeñan en revertirlas. Debemos seguir rezando y buscando la presencia de la divinidad en las experiencias de las mujeres, en sus vidas y en los movimientos sociales y sindicales que lideran. Como el papa Francisco señala: «La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales» (AL, 54) y ahora debemos todos tomar partido. Necesitamos juntos transitar las sendas que nos abre la revolución de la ternura.
En muchos lugares, la vida es sostenida por las mujeres, que desgastan su vida para cuidar a otras criaturas de Dios, esperanzadas de que el mundo puede ser transformado. Sin ellas, sin tenerlas en cuenta, sin su trabajo, sus necesidades, sus preguntas y sus denuncias no hay futuro para este mundo. Escuchar y atender a las mujeres es garantía de futuro para la humanidad. El bienestar de las mujeres en la sociedad es el termómetro de las sociedades democráticas y la superación de la violencia como beneficio para toda la humanidad.
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